
ROCÍO MOLINA | CRÍTICA
Trinos, revuelo de palomas No sobra una nota de la música, no sobra un gesto de la coreografía. La enseñanza que trasmite la obra es que cada instante de nuestra existencia es sagrado. Único. Irrepetible. No hay tiempos muertos, todo es esencial. Cada momento cuenta. Rocío Molina ha renunciado a algunas de sus señas de identidad y ha alumbrado una obra mayor. A la ironía, a los excesos de la ira. Casi ha renunciado al zapateado porque cuando este aparece, poderoso, terminante, es a la vez sutil, íntimo. Acariciador. Y eso lo hace más letal, profundamente significativo. Combatir el ruido con el silencio, puede ser otra enseñanza. Molina ha creado una partitura delicada para recrear, ilustrar, comentar, trasmitir, disfrutar de nuevo de la música de Riqueni. Ha aprendido, como lo…