¡Conozca la 'Historia del Flamenco'!

Prensa

Jornaleros de lo jondo

El libro es una delicia. Con demasiada modestia, Herrera afirma que se ha limitado a transcribir tal cual las entrevistas. Pero todo el que ha hecho alguna entrevista sabe que eso no es tan sencillo. Herrera consigue trasmitir la frescura del relato oral de sus interlocutores. Al tiempo que, en las introducciones, señala, con mirada compasiva, la decadencia física, económica y hasta moral que asola a sus entrevistados. Y así, entre burlas y veras, nos acercamos a la historia misma del flamenco, en carne vida. De boca de Ángel de Álora nos enteremos de lo que ya sospechábamos hace tiempo: los llamados tangos del Piyayo no son unos tangos sino una guajira. Fue Antonio Mariena el que los metió a ritmo de tangos y los demás que han seguido esta línea, desde Perrate hasta José Mercé, son seguidores de Mairena.

Pilar López, en una de las entrevistas más emotivas de esta obra, nos dice que ella fue la primera bailaora que aplicó la denominación de Ballet a una compañía española. Bueno, la primera fue en realidad Antonia Mercé, en París, en los años 20. También nos habla de cuando montó el Albaicín de Albéniz con Farruco. Sí, Farruco bailando a Albéniz. A muchos quizá le sorprenda pero lo cierto es que todos los bailaores de la época, y anteriores, desde La Macarrona o La Chata de la Jampona hasta Carmen Amaya bailaban a Falla o a Albéniz. En todo caso de lo del Farruco hay una grabación sonora deliciosa. Luis Maravilla nos narra su conquista de la Copa Pavón, sus giras americanas, su vuelta a la realidad de la guerra de España y cómo montó el Concierto de Aranjuez del maestro Rodrigo para el Ballet de Pilar López. También nos habla del cante de su padre, el Niño de las Marianas, y del cante de aquella época, los cafés cantantes.

Una carrera paralela a la de Maravilla fue la de Enrique Orozco que cuenta que se tuvo que casar dos veces con su mujer porque «cuando llegó Franco ni los matrimonios ni el dinero de la República eran válidos». También nos dice que no le gusta la palabra flamenco. La Niña de la Puebla nos mete de lleno en la época en la que una mujer joven, guapa y ciega podía capitanear una compañía de cante con vehículo propio. Y, por supuesto, denuncia el racismo imperante en el flamenco en los años 70 y 80. Nos resuelve un misterio que hacía tiempo que nos asaltaba: el que se librara con bien en la guerra y la posguerra después de haber apoyado públicamente a la CNT. Fue gracias a la amistad, a una amiga de Málaga cuyo marido era carabinero. Y así, desde ese momento ya su vida trascurrió en Málaga. Eduardo el de la Malena evoca, no sólo su propia trayectoria, también el baile de su tía, que era estrella de los cafés cantantes en el siglo XIX. Juan el Africano es un personaje curioso ya que tuvo dos carreras artísticas muy diferentes, la de cantaor y la de tocaor. El Tío Borrico da la información, que ya había ofrecido Ríos Ruiz en su momento, que, en contra de la opinión mayoritaria, ni El Marrurro ni el Loco Mateo eran gitanos.

Por la razón que sea, hay una fuerte presencia de artistas jerezanos (La Periñaca, Tío Gregorio el Borrico, Tío Juané, Tía Juana la del Pipa, etc.) vinculados al mundo rural, y, debido también a la ideología dominante de la época, muchos de los entrevistados subrayan la preeminencia de los cantaores gitanos y de lo que ellos llaman cantes gitanos. La época referida son los años 80, en que Manolo Herrera Rodas llevó a cabo estas entrevistas, grabadora en mano, que publicó originariamente, en formatos reducidos, para la revista Sevilla Flamenca que el propio Rodas fundó y dirigió. A pesar de la hegemonía jerezana subrayada, hay también en este libro flamencos de Triana, Cádiz, Córdoba y Granada. Se trata de artistas que, con alguna excepción como la de Pilar López o la Niña de la Puebla, no fueron grandes figuras. Incluso estas dos artistas, como tuvieron una vida tan prolongada, también sufrieron de olvidos en su vejez. Recuerdo los años en los que pedíamos públicamente que se le concedería el galardón Niña de los Peines, instituido por la Junta de Andalucía como el «Nobel del flamenco» durante unos años, a Pilar López. Incluso alguno de los galardonados anteriores al de la concesión final clamaron en sus discursos de agradecimiento por esta concesión. Finalmente la misma se produjo en 2008, el año de la muerte de la maestra que, con 101 años, no pudo acudir a recogerlo. Lo hizo en su nombre el maestro Mario Maya que, inopinadamente, falleció antes que su maestra. De ahí la importancia de este libro: se trata de la memoria de este arte que, si no respeta ni a las figuras, como las mencionadas, ya me dirán de la intrahistoria, de estos treinta y tantos jornaleros del flamenco que el libro recoge. Jornaleros de lo jondo como lo fue el propio Herrera. Que su memoria no se extinga.

‘Flamencos. Viaje a generación perdida’ Manuel Herrera Rodas, Almuzara, 558 pp.

 

Imagen: Pilar López, derecha, en ‘Goyescas’, con Elvira Real, Roberto Ximénez y Manolo Vargas, derecha. / Archivo Regional de Madrid.

Related Posts