Cuando se abre el telón, aparecen sobre la escena 28 intérpretes. No es el Orfeón Donostiarra sino el grupo de Luis de Periquín, que ha crecido exponencialmente en los últimos años en sus comparecencias en nuestra ciudad. Ha crecido por el número de intérpretes y también por el número de aficionados, hasta el punto de que este año tiene programadas cuatro actuaciones en el Cartuja Center. Y con lleno hasta la bandera en cada una de esas noches. ¿Qué busca el público sevillano en estas citas? No el villancico tradicional. Tampoco las canciones seriadas, enumerativas, de quintos, que eran la seña de identidad de las primeras zambombas profesionales de Jerez, es decir, el grupo de Parrilla, que mantenía vivo un repertorio tradicional popular, en su caso sobre la escena. Así canta Jerez en Navidad cantan villancicos de nuevo cuño. De ritmo ternario, más rápido o más pausado. De letras edulcoradas y melodías pegadizas. En realidad, flamenco pop con pretexto navideño. Esa es la zambomba moderna, a pesar de que no había zambombas anoche sobre la escena. Había tres percusionistas, pero ninguno tocaba la zambomba. Quizá entendieron que las dimensiones de este escenario, de este teatro, son demasiado grandes para un instrumento tan humilde. Pero ¿no es la humildad de un establo el origen de todo esto? Es una pregunta ingenua, ya lo sé. Pero prefiero ser ingenuo que cínico.