¡Conozca la 'Historia del Flamenco'!

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Muere Manolo Sanlúcar

Dedicado a mi prima Antonia Godoy Gómez y a mi sobrina Antonia Piñar Godoy

Con la muerte de Manolo Sanlúcar se va un músico, un artista. También un maestro, un investigador y un teórico del nacionalismo musical en su versión jonda. La actividad creativa e interpretativa de Sanlúcar se puede ver como una búsqueda que, partiendo de los elementos tradicionales del flamenco, se va cubriendo de ropaje instrumental y conceptual hasta alcanzar de nuevo la sencillez. De la guitarra desnuda de Mundo y formas del flamenco, pasando por la orquesta de Medea – que fue la última obra que interpretó sobre un escenario, la noche de su retirada, el 27 de julio de 2013 en Nerja, junto a la Sinfónica Provincial de Málaga– o Aljibe, hasta la vuelta a la voz y la guitarra en Locura de brisa y trino (2000), sin duda la obra maestra de Sanlúcar, un intento de ampliar la armonía flamenca buscando en las tradiciones modales mediterráneas. Una obra compleja en la que su autor se hace más intelectual y también, extrañamente, más esencial. Su mensaje se fue depurando con el tiempo. Pasó del lirismo brillante al lirismo desnudo

Su producción primera está marcada por una intensa calidez, por la búsqueda de la belleza a través del color armónico, en franca contradicción con la disonancia característica de la guitarra de la época. Esta tendencia culmina en Tauromagia (1988), considerado por muchos el mejor disco de guitarra flamenca de la historia. Contiene algunos de sus temas imperecederos: el épico Maestranza o el íntimo Oración, reflexión sobre la soledad del torero en la que miedo y arrojo se muestran como dos caras de una misma moneda, una de las grandes composiciones de su autor, subyugante por su trémolo poderoso. Pero también la épica está presente en su primera época con títulos populares como Caballo negro. Hay que destacar su vocación sinfónica, que le llevó a componer varias obras para guitarra y orquesta entre las que destaca la partitura para el ballet Medea (1984).

Manuel Muñoz Alcón nació en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), el 21 de noviembre de 1943. Se inició como niño prodigio en una familia de guitarristas flamencos encabezada por su padre, Isidro Sanlúcar. En 1957 se enroló en la compañía de Pepe Marchena, realizando sus primeras grabaciones para La Paquera de Jerez y Pepe Pinto. Ha grabado también para María Vargas, Los Rocieros, Porrinas de Badajoz, Manuel Agujetas, Estrella Morente, y un largo etcétera. Llegó a hacer varios registros junto a la venerable Pastora Pavón, Niña de los Peines, madrina artística de nuestro tocaor, los últimos que llevó a cabo la sevillana. Una grabación, una joya, que desafortunadamente permanece inédita, extraviada y quizá perdida para siempre. Sanlúcar pasó por el bachillerato flamenco de los tablaos en el madrileño local de Las Brujas. Allí creo, junto a Merche Esmeralda, un monumento flamenco al baile por garrotín. Sus primeras grabaciones como solista son versiones propias de toques tradicionales en las que se aprecia su querencia melódica, elegancia, brillantez e intimismo como ejecutante.

Después de dos primeros discos soberbios (1968 y 1970), graba, en tres volúmenes, su obra Mundo y formas de la guitarra flamenca (1971-1973), la más ambiciosa en este sentido hasta la fecha, en tanto que se desarrolla en tres decenas de composiciones propias, infinidad de falsetas que recorre una amplia gama estilística del flamenco. En concreto son 36 toques para 19 estilos, interpretados por una guitarra en solitario. La rumba Caballo negro, incluida en su sexto LP, escuetamente titulado Sanlúcar (1974), le abre las listas de éxitos radiofónicos y le permite pasar, como solista, de ateneos y foros universitarios a escenarios de mayor repercusión popular. De esta manera, junto a Paco de Lucía y Serranito, logró la proeza de crear en España un público favorable al concertismo de guitarra, algo que ya existía fuera de nuestras fronteras merced a la labor de Sabicas o Carlos Montoya, entre otros, pero de lo que nuestro país estaba huérfano en esa fecha. Discos posteriores son Y regresarte (1978), basado en la obra de Miguel Hernández, Candela (1980) o La voz del color (2008), entre otros hitos de una larga trayectoria discográfica que llegó a los 22 títulos.

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