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Poesía flamenca y poetas jondos

 

Esta obra analiza la poesía del flamenco desde la óptica de tres autores sevillanos que se han enfrentado al reto de componer letras para el cante.  Se trata, por tanto, de una ristra de ensayos sin una disposición articulada ni una concepción sistemática de su objeto de estudio. Es también una antología comentada de lírica jonda. Podemos distinguir, no obstante, en la obra, dos partes muy diferentes. La primera tiene como objeto el que declara su título, las letras del cante.

La segunda trata de poetas españoles que se ocuparon de la lírica jonda. Poetas, sí. Hasta Baroja escribió sus Canciones del suburbio. Aunque lo mejor de su lírica vascongada está en sus novelas, claro está. Buena parte de la primera parte está dedicada a la temática de las letras flamencas, que son las emociones jondas, enjuiciadas desde la subjetividad como “sentimentos”: el sentimiento amoroso, el religioso, el social, presente especialmente en los cantes mineros, y el racional-analítico.

La segunda parte trata de los poetas canónicos que se han acercado a la copla flamenca, desde Bécquer a Fernando Quiñones, pasando por Ferrán, Demófilo, Machado, Juan Ramón Jiménez, Lorca, Alberti, Villalón, Baroja, Cela, Bergamín, Rosales, Montesinos, Ricardo Molina, Brines, Salvago, Caballero Bonald, Félix Grande y Francisco Moreno Galván.

En el ensayo sobre Lorca deslizan una afirmación muy interesante que, aunque alguna vez la hemos comentado en estas páginas, es la primera vez que la leo en páginas ajenas. Y es el tema del patetismo de lo jondo en relación a Lorca. Dicen los autores de esta obra que el tema no se sostiene, que lo jondo es tan patético como burlón, irónico e, incluso, intrascendente.

Es curioso que Lorca sostuviera esta idea, expresada por vez primera en Importancia histórico artística del primitivo canto andaluz, llamado cante jondo (1922) en la época que los historiadores han llamado la “Ópera flamenca”, en la que se impone un flamenco lírico, sensual, vitalista y hasta feliz con iconos como Marchena, Pepe Pinto, Angelillo o, más tarde, Valderrama. Es la mirada del autor del Romancero gitano la que quiere ver en lo patético el elemento exclusivo del flamenco, en su caso a través de Manuel Torre, erigido como icono de este tipo de jondismo trágico en el ensayo Juego y teoría del duende (1933).

Desde el siglo XIX se canta, según nos informa la prensa de la época, “por to lo alto, y por to lo jondo”, pero al poeta de Granada no le interesaba lo primero sino que, por su carácter, por sensibilidad literaria, se fija más en lo segundo. Y esa es la visión de lo jondo que se impuso tras la Guerra Civil Española y tras la Segunda Guerra Mundial. También por las condiciones sociales y políticas del momento. Pero en lo jondo conviven muchas sensibilidades, tanto las jondas como las altas de sevillanas, verdiales, alegrías, bulerías, cantiñas, tangos, rumbas, etc. El sentimiento de alegría es, puede ser, tan profundo como el de la pena negra. No limitemos el alcance de lo jondo. Si Lorca lo hizo fue por cuestiones puramente estéticas. Pero Lorca era un poeta, no un investigador ni, mucho menos, un historiador.

Subiste en toda la obra una distinción entre poesía culta y poesía popular que siempre me ha resultado molesta. Además de ser poco operativa, como muestran los mismos autores en su ensayo dedicado a Antonio Machado, obedece a cuestiones no estrictamente artísticas sino sociales: el clasismo inveterado que está unido a toda experiencia humana, al parecer. Siento lo mismo cuando se habla de la música culta y la música popular. Como decía Galeano: cuando lo hacen los ricos es cultura, cuando lo hacen los pobres, folclore. El arte es arte. La música es música. La poesía es poesía. Lo demás, prejuicios de clase. Es decir, clasistas. El clasismo que encontramos en Lorca y en casi todos los autores analizados en este libro. Como en Manuel de Falla y en la mayoría de los intelectuales que se han acercado a lo jondo.

Estas reflexiones me dan pie a otras, ya completamente alejadas de la obra que comentamos arriba: qué decir de los que hoy pretenden juzgarlo desde la atalaya de la sociología, la filología, la musicología o la antropología. Pues eso, que en el reducido ámbito de las aulas universitarias, en las estrechas mentes de los intelectuales, que se visten la toga, últimamente de “científicos” (sí, yo también me río), todo vale. Cualquier justificación de sus propios prejuicios de clase es tildada de científica. Lorca está justificado, pese a su mirada de clase. Por su poética. Aunque el racismo bienintencionado sigue siendo racismo. Pero los que creen que las palabras y las teorías racistas que son capaces de excretar en el invernadero de las aulas universitarias importan más que la realidad, no merecen sino desprecio.

No debemos confundir el cientifismo que es la ideología imperante, con la actividad de los verdaderos científicos que nunca confundieron realidad e ideología. Al menos los creyentes son conscientes de eso, de que se trata de una creencia, un acto de fe. Newton era creyente. Einstein hablaba de un sentimiento religioso cósmico. Ambos sabían separar sus creencias de su actividad científica. Hemos luchado mucho por que se hiciera investigación rigurosa en el flamenco como para conformarnos ahora con parodias autosuficientes.

‘Las letras del cante’ J.L. Blanco Garza, J.L. Rodríguez Ojeda, F. Robles. Colibrí, 254 pp.

 

Imagen: De izquierda a derecha, Francisco Moreno Galván, Pepe el Cachas, Rafael Alberti, José Menese y Manolo Brenes.

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