En Historia de la locura Foucault dice que tememos la risa del loco porque es una anticipación de la risa de la muerte. Por eso, en algún momento de la noche, los murmullos y las sonrisas nerviosas hacen acto de presencia. Danzas macabras las hubo en la Edad Media y las habrá siempre. Aunque no creo que seamos los únicos seres vivos conscientes de la muerte, como asegura el programa de mano. Los elefantes, por ejemplo, velan a sus congéneres muertos. En México la celebración de la muerte es la celebración de la vida. Esta obra es una celebración de la danza: mientras vivamos, dancemos. Sara Calero destila baile por todos los poros de su cuerpo. Es capaz de trasmitir emociones en cada gesto. Ternura o fiereza, solidez o fragilidad, elegancia y humor. Las seguiriyas son absolutamente sobrecogedoras aunque, dadas las especiales características del lugar, apenas podamos escuchar las virguerías que hace con las castañuelas. Y cómo le canta Gema Caballero. Cómo baila Sara Calero, con que fiereza, sin perder la elegancia. Con que rotundidad, sin romper la estética. Sabiendo que sí, lo que hay que comunicar es fiereza, rabia. Es la rabia de la muerte y de la vida: por los maltratos sufridos, por el desamor. El maltrato, el desamor quizá, vino de la parte de la técnica. La verdad es que ni los espectadores ni los intérpretes se merecían un sonido tan nefasto.
Y hablando de cantar: cómo canta Caballero la policaña. Como toca Juanpe Pérez, qué fiereza, qué elegancia, que capacidad de decir y de sugerir. Y Javier Conde por rondeña como una oración.