Se trata de un concepto clásico de espectáculo de baile flamenco. Podría ser un espectáculo cualquiera de Alfonso Losa. Y, sin embargo, representa, ha representado, un antes y un después en su trayectoria artística. Ha nacido un nuevo bailaor. Siendo, básicamente, el mismo que ha venido siendo antes de Flamenco: espacio creativo. Tal ha sido el proceso de depuración, de limpieza, de contención que le han imprimido sus directores a esta obra. Cuando disfrutaba de los tientos pensé que Alfonso Losa estaba bailando con plena conciencia de todos y cada uno de los pasos, que eran muchos, de los gestos, de las poses épicas, de las vueltas que estaba llevando a cabo. Una toma de conciencia de la esencia de su propia danza, llevada a la máxima expresión. También en el paso a dos por fandangos con Concha Jareño. Y en la soleá final, pura contención, después de haberlo dado todo, después de haber derrochado técnica, dominio del compás, conciencia y dominio corporal. Concha Jareño apabulló con su arte de la bata de cola en la seguiriya y de su manejo de las castañuelas, emulando a la maestra Pilar López, que fue la primera que bailó la seguiriya con castañuelas. Y, luego, en una compenetración total con Losa en los fandangos.
Letras clásicas, melodías clásicas, coreografía desbordante de recursos y mucho disfrute. Alfonso Losa ha salido de su zona de confort para pasárselo bien. Le hemos visto, hemos sentido, disfrutar en la escena y ese disfrute ha llegado hasta sus compañeros de escena, hasta el patio de butacas. Deliciosa Sandra Carrasco y su voz dulce, íntima, susurrada. Qué complicidad en las bulerías, sobre todo al acordarse de las voces de Lole y Manuel y los poemas de Juan Manuel Flores. Una delicia. Y también un prodigio de composición y de coreografía en las cantiñas, puro disfrute sensorial la compenetración de los dos cantaores que derrocharon complicidad toda la noche. Porque Ismael el Bola puede cantar con desgarro pero es también capaz de acudir a la intimidad, a la media luz, a la media voz, a la emoción.
Completa el cuadro Francisco Vinuesa, una guitarra austera hasta el extremo, siempre contenida, íntima, al servicio del cante y de la danza flamenca. Esto es lo que pude ver y sentir desde la esquina del patio que me tocó en la nueva asignación de butacas, ya saben que este teatro sustituye estos días al Lope, donde me cayó un foco justo enfrente de mi cara por lo que más no pude ver.
Una noche para disfrutar que, eso sí, volvió a comenzar con 20 minutos de retraso sin que el público recibiera explicación alguna.