¡Conozca la 'Historia del Flamenco'!

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Ariadna en Naxos

 

El argumento se va diluyendo poco a poco hasta el punto de que es la voz en off, Carmelo Gómez, la encargada de resolver la acción. El baile de la última parte de la obra aparece completamente desligado de lo que nos va contando Gómez, sobre textos de Álvaro Tato. Lo cual no quiere decir que la danza pierda calidad en ese momento. Quizá sea todo lo contrario. Eso sí, va por libre. Para darle una estructura a la obra, esta se cierra con los mismos pasajes con los que se había abierto. La puesta en escena es austera hasta el límite y poco mediterránea. Tiene una luz completamente septentrional. Claro que aún se podría afinar más de manera que se suprimieran las sillas, los girasoles y demás. Quizá algún día. La danza no necesita de estos pretextos. Para ser franco, no necesita siquiera del pretexto del mito. Quizá esta sea la razón por la que, conforme avanza la pieza, poco a poco se va desligando de este.

Rafaela Carrasco está magnífica, con esos pasos que son su seña de identidad, depurados con el tiempo. Y con guiños a lo que hoy se consideran otras formas de danza. Pero el baile es uno. Como la música. Jesús Torres también se ha ido afinando con el tiempo haciéndose menos brillante, más esencial, más crudo. Firma la música del espectáculo, junto a Salvador Gutiérrez, autor de los tangos, y Antonio Campos. Aunque hay que decir que los autores de la mayoría de las melodías que sonaron no estaban en el programa de mano. Soleares, peteneras, romances, milongas, bulerías …. Lo que se hizo fue adaptar los textos de Álvaro Tato a las melodías de los estilos tradicionales del flamenco.

 

Imagen: Rafaela Carrasco y Gabriel Matías en un pasaje de la obra, por Guillermo Mendo.

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