Ni siquiera en su tierra ha sido, apenas, celebrado este año como el centenario del nacimiento de Porrinas de Badajoz. Es curioso, siendo uno de los flamencos más importantes de la historia, no solo por su contribución a lo jondo, también, sobre todo, por la enorme popularidad que gozó en su momento. Pero su figura sobrevoló el recital que escuchamos anoche en el Espacio Turina. Porque Porrinas, al margen de conocer todo el repertorio jondo, e interpretarlo magistralmente, fue el verdadero descubridor, para el gran público, del maravilloso repertorio flamenco extremeño. Tangos y jaleos protagonizaron la noche, que abrió por seguiriyas la guitarra sentimental y naif de Miguel Vargas. Un toque a cuerda pelá, sin armonizar, que nos retrotrae a la guitarra decimonónica. Algo más complejas resultaron sus versiones de la taranta, una delicia, y de la granaína, en cuyo trémolo introdujo un tema popular. También nos ofreció su visión de la soleá. Pero lo que da sabor a este guitarrista, a su tierra, son, como dije, tangos y jaleos, estilo, este último, con el que se cerró la primera parte del recital. Luego escuchamos la voz rota, radical, visceral, de La Kaíta, una intérprete que se ha prodigado poco, hasta la fecha, por nuestra ciudad. La Kaíta no canta con la cabeza sino con el instinto, con las vísceras. Abrió con bulerías camaroneras para lanzarse luego por las cálidas melodías y ritmos de su tierra, en forma de tangos y jaleos, que siempre recuerdan a su tío Porrinas de Badajoz. La cantaora tiene en su voz la calidez de su tío y al mismo tiempo resulta radical. También ofreció una tanda de fandangos que fueron una delicia.