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Los orígenes de las sevillanas

La mayoría de los estudiosos coinciden en señalar que en el Cancionero de Palacio ya encontramos composiciones literario-musicales, o composiciones literarias para ser cantadas, a las que podemos denominar seguidillas atendiendo a sus características literarias. A pesar de que en esta obra no se mencionan con esta denominación, seguidillas. El Cancionero de Palacio es un manuscrito de finales del siglo XV y principios del siglo XVI en el que aparecen composiciones como esta anónima: “Bien devo loar amor/pues toda vía/quiso tornar mis tristos/por alegría”.  Aparece titulada como Otra canción. A lo largo del siglo XVI y en el XVII vamos a encontrar composiciones, tituladas como villancicos o canciones, que bien podemos considerar seguidillas. Como Río de mi Sevilla,  sin adscripción genérica, del Cancionero de Turín, a caballo entre los dos siglos mencionados, o las Seguidillas en eco del Cancionero de la Sablonara, del primer cuarto del XVII. Y es que el término “seguidilla” había entrado en la literatura en el Guzmán de Alfarache (1599), donde Mateo Alemán nos advierte de que “lo mismo ocurre con los juegos, bailes, la música, y las canciones, pues las seguidillas ha reemplazado a la zarabanda y otros vendrán que las destruyan y caigan ” (Primera parte, libro 3º, capítulo 7).

Encontramos, en los años sucesivos, otras menciones a las seguidillas. En obras literarias: así en Cisne de Apolo de Luis Alfonso de Carvallo (1602), donde encontramos una definición de la seguidilla literaria, o en la obra de Cervantes, en El Quijote  (1605, capítulo 38) y en  La gitanilla (1615). También en obras puramente lingüísticas como Arte grande de la lengua castellana de Gonzalo Correos (1626) y Tesoros de las dos lenguas española y francesa (1675). Entra en el Diccionario de Autoridades en 1737. Lope de Vega fue prolífico en la composición de esta estrofa y la incluye frecuentemente en sus comedias, hasta el punto de que en su época se recopilaron varias de las que incluyen temática sevillana bajo el título de Seguidillas del Guadalquivir, tomadas de comedias escritas entre 1602 y 1635. Además de Lope y Cervantes, también escribieron seguidillas Góngora, Calderón, Tirso de Molina y Velez de Guevara. En el siglo siguiente descollarían, en este sentido, Samaniego o Ramón de la Cruz.

La seguidilla, como canto y baile, se confunde a finales del siglo XVIII con el bolero. Primero como seguidilla bolera y luego como bolera o bolero. Según Serafín Estébanez Calderón, en el capítulo que le dedica al género de sus Escenas andaluzas (1847), lo de bolero viene por poseer una coreografía tan briosa que el personal parecía volar. Ya sabemos que los saltos en danza española son hacia la tierra así que deducimos que esta seguidilla bolera manifiesta influencias del Ballet de acción francés. Ya sabemos como la cultura francesa dominó en toda Europa a finales del siglo XVIII.

La primera vez que a esta seguidilla se la denomina como “sevillana” es en el poema La Quicayda (algunas fuentes lo datan en 1779 aunque se editó en 1799) de Gaspar María de Nava Álvarez de Noroña. Durand-Viel en su imprescindible estudio La sevillana (1983) citó erróneamente este texto como La Quincaida y como tal se ha repetido en cientos de trabajos y artículos que no citan la fuente. Es sorprendente que, derivando la sevillana de la seguidilla sevillana, aparezca en prensa por primera vez la primera denominación, que encontramos repetida en 1845 en una gacetilla de El Comercio de Cádiz, rescatada por Faustino Núñez, y en Glimpses of Spain publicado en Nueva York por Severn Teackel Wallis en 1849. La expresión “seguidillas sevillanas” la encontramos, curiosamente, más tarde, en gacetillas sevillanas de 1853 y 1858 rescatadas por Ortiz Nuevo, en los Cantos españoles (1874) de Eduardo Ocón o en los Cantos populares españoles (1884) de Rodríguez Marín. Al año siguiente el Diccionario de la Real Academia incluye “sevillanas” entre sus entradas. En Colección escogida de seguidillas y coplas (1865) de Lafuente y Alcántara o en L’Espagne (1874) de Charles Davillier, se habla de seguidillas, no de sevillanas ni de seguidillas sevillanas.

El baile de la seguidilla, como observa Mateo Alemán, sustituye a y es heredero en muchos conceptos de la zarabanda. Su época de esplendor son los siglos XVII y XVIII, primero como seguiriyas y luego como seguidillas boleras, boleras y boleros. Desde principios del siglo XVIII ha de convivir, como baile genuinamente español, con el fandango. Juan Antonio de Iza Zamácola señala en su Colección de las mejores seguidillas, tiranas y polos (1799) que fue un tal Don Pedro de la Rosa el primero en regular en baile por seguidillas, en 1740. Antonio Cairón, en su tratado de 1820, Compendio de las principales reglas del baile, identifica seguidilla y bolero señalando que la única diferencia es que la primera se baila “con mayor precipitación”. Describe muchos de los elementos que todavía hoy son característicos de las sevillanas como las pasadas o el bien parao. Otero en su Tratado de bailes (1912) habla ya de sevillanas, distinguiéndolas de las seguidillas.  Ofrece una coreografía de las cuatro coplas de sevillanas, señalando que hay siete coplas pero que las tres últimas apenas se bailan porque son muy difíciles. De seguidillas ofrece también una coreografía en el capítulo titulado Las Manchegas.

Respecto al origen del nombre seguidillas, hay dos teorías. La primera afirma que el origen es consecuencia de que se cantaran varias coplas seguidas, de distinta temática. Otra teoría se refiere al grupo social que las cantaba, la gente de la seguida, la gente seguida. Es decir, los modernos del momento. Esta última es la hipótesis de José Manuel Gil Buiza en su monumental Historia de las sevillanas (1991).

De las llamadas Sevillanas del siglo XVIII por Lorca no hay noticia, desde luego, en el siglo XVIII.

 

Imagen: Carlos Saura y Lola Flores en el rodaje de ‘Sevillanas’ (1992).

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