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Los enigmas del fandango

Miguel Ángel Fernández Borrero traza una historia del fandango de Huelva entre 1880 y 1930, la etapa en la que el estilo eclosionó.

El libro está concebido como una historia del flamenco en Huelva entre 1880 y 1830, con el concurso de 1923 como momento álgido para la eclosión del fandango de esta tierra.

No obstante, la obra extiende su mirada sobre lo jondo genérico con capítulos dedicados a los cafés cantantes o las variedades o a figuras como Antonio Chacón, Manuel Torre, la Niña de los Peines, Pepe Marchena o la Niña de la Puebla.

Fernández Borrero distingue entre el fandango folclórico y el fandango flamenco y afirma que este último «no aparece enunciado ni una sola vez como cante en las publicaciones de la época», es decir, «entre 1850 y 1900», periodo al que dedica el primer capítulo del libro.

Habría que diferenciar más bien entre el fandango histórico, como lo llama la musicología académica, que aún se mantiene con vigencia en la época señalada, y el fandango abandolao que, con ser una novedad en el periodo, tiene una enorme repercusión en la prensa y en la literatura, tanto musical como costumbrista, del momento, siendo este último el modelo que luego evoluciona hacia el cante onubense que da título a este libro, al que su autor denomina «fandango nuevo».

El fandango histórico acabaría por desaparecer, aunque algunas de sus características musicales reaparecerían en los jaleos que darían lugar a las soleares.

Y otras permanecerían en el modelo de fandango abandolao, en concreto en las partes puramente instrumentales del mismo.

Como hemos dicho muchas veces, el folclore no existe. Citando a Eduardo Galeano: «cuando lo hacen los ricos lo llaman cultura, cuando lo hacen los pobres, folclore». Existen las melodías y los poemas. Pasos y mudanzas. Y si no recordamos a sus autores es una falta de memoria.

Lo demás es clasismo. ¿En qué momento viró ese fandango llamado histórico al fandango abandolao? Las primeras noticias de la malagueña datan de 1779 (según nos informa la obra colectiva Malagueñas, creadores y estilos) y es posible que en ese momento ya el fandango llamado histórico por la musicología académica hubiese virado hacia el modelo abandolao.

Este abandolao se extendió por toda la geografía española e hispana y Fernández Borrero subraya como sobresalientes las zonas fandangueras andaluzas de Málaga, Granada y Almería.

No cita a Jaén, donde el fandango se mantiene vivo todavía hoy y en el pasado dio lugar a los cantes de las minas.

Cuando, cómo y porqué este fandango histórico derivó en abandolao no lo sabemos. Solo tenemos esa fecha aproximada de 1779 como la del posible nacimiento de la malagueña.

Y cuando este fandango popular abandolao (que el autor de este libro nombra como «Baile de Candil») derivó en lo que hoy llamamos fandango de Huelva es algo que está también por documentar, aunque el hecho sucedió mucho más tarde de la fecha apuntada.

Y, acaso, en Alosno. O llevado a cabo por algún artista alosnero. También es posible que el estilo que desde el siglo XVIII identifica lo español en el mundo haya nacido al otro lado del charco, es decir, en la Nueva España, como sostienen algunos estudiosos mexicanos como Antonio García de León. Este autor afirma que la forma musical existía previamente en América. Con previamente nos referimos a antes de 1705, año en el que está fechado el manuscrito en el que aparece la primera referencia escrita al fandango: una colección anónima de músicas que incluye la transcripción de tres fandangos, uno de ellos denominado Yndiano.

Es el Libro de diferentes cifras de gitarra escogidas de los mejores autores que se conserva en la Biblioteca Nacional. Lo que sí parece más claro es que el nombre tiene origen bantú.

Fernández Borrero dedica un capítulo de su obra al Concurso de Huelva de 1923. Concebido sobre el de Granada del año anterior, como otros de la geografía jonda, trató de corregir los errores del mismo, como el veto a los profesionales. Actuaron algunos de los grandes profesionales del momento, con la excepción de la Niña de los Peines, que, estando anunciada, fue sustituida por La Perla de Triana.

Y contó, desde luego, con el fandango como parte indispensable del repertorio premiado. A pesar de que en esa fecha, según la documentación que recoge Fernández Borrego, el estilo tradicional de Huelva capital era la seguidilla. El fandango era un estilo tradicional ligado a celebraciones religiosas de las localidades de Almonaster y Encinasola. La excepción a esta regla era el fandango de Alosno, naturalmente. Cinco cantaores locales compitieron por los premios, entre ellos Antonio Rengel, que obtuvo el de soleares. José Ponce El Serrano, nacido en Alosno, obtuvo el de fandangos. A raíz del éxito del festival y de otro que se celebró al año siguiente, el fandango se incorpora con normalidad al repertorio jondo y gracias a la radio y a una excelente generación de intérpretes.

Fue la última revolución del cante flamenco, la última explosión creativa ya que, sobre el modelo onubense, se crearon los fandangos personales de Manuel Vallejo, Pepe Marchena, El Carbonerillo, José Cepero, Pepe Pinto, etc. Después de la guerra civil, y de la II Guerra Mundial, la cosa cambió. A partir de entonces, no se acepta la novedad en el cante flamenco. En el flamenco en general. A no ser que venga disfrazada de vuelta a la tradición, sea esta inventada o no.

 

‘Fandango. Cuando el fandango voló’ Miguel Ángel Fernández Borrero. Almuzara, 396 pp.

Imagen: ‘Fandango’ Instituto del Teatro de Barcelona.

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