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Los misterios de El loco

El loco se estrenó el 6 de septiembre de 2004 en el Teatro Real de Madrid. ¿Cuáles son los motivos de esta reposición? Quizá el aniversario del estreno de El sombrero de tres picos la obra por la que El loco, es decir, el bailaor sevillano Félix Fernández García, ha pasado a la historia. Además de la coreografía de Javier Latorre, la obra está escrita, en lo musical, por Mauricio Sotelo y Juan Manuel Cañizares, e incluye pasajes de la obra original de Falla. El libreto es de Paco López, que firma también la dirección escénica.

 

Creo que hoy sabemos más cosas de Félix Fernández que en 2004. Pero también son muchas, seguramente más, las que ignoramos. Por ejemplo: no solo es cierto que él creyó que incorporaría el personaje del molinero en la versión final de la obra sino que hay quien piensa que bailó la farruca en un preestreno que se llevó a cabo en Madrid, un mes antes del estreno oficial en el Teatro Alhambra de Londres. El problema es que, si Félix ingreso en Long Grove en mayor de 1919, ¿cómo pudo bailar la farruca en Madrid en junio? Todavía son muchos los misterios que hay en torno a esta figura. Por ejemplo, ¿cómo es posible que no haya ninguna imagen suya? ¿Ninguna filmación?

Digo esto porque el libreto y la coreografía se toman ciertas «libertades poéticas» que, no obstante, se pueden justificar con el recurso de que todo es una alucinación de Félix Fernández, una vez que está internado en el hospital Long Grove. Por ejemplo, el personaje de Tamara Karsavina, cuyas memorias son una de las fuentes del guion, no aparece en las mismas como una alguien empático con la persona y el destino de Félix Fernández (y, si me apuran, tampoco con la cultura y la danza española).

De hecho, el personaje femenino principal de El loco se me antoja más bien inspirado en la figura de Lydia Sokolova, que fue una de las pocas personas que visitaron a Félix en Epsom. El personaje que incorpora Miriam Mendoza en El loco es una mezcla de las dos bailarinas, aunque, como digo, tiene más de Sokolova que de Karsavina. Mientras que las memorias de Karsavina son el documento de una diva decimonónica, las de Sokolova, que no era rusa sino británica, a pesar de que eslavizó su apellido al entrar en los Ballet Russes, son más frescas, dinámicas y sinceras. De hecho, fue Sokolova la que narró mejor que nadie la crisis de Félix. Que por cierto, no se produjo la noche del estreno, como parece sugerir El loco sino dos meses antes del mismo. Sokolova cuenta también que Félix creía que él iba a ser el protagonista de El sombrero de tres picos. Ella misma había sugerido a Diaguilev que así fuera. Y afirma también la bailarina que la farruca debe más a Félix que a Massine. En El loco, Félix vuelve a apropiarse de la farruca, con ayuda, entre otros, de Antonio Ruiz Soler. Y de Javier Latorre, naturalmente. Y de un soberbio José Manuel Benítez. Pero tampoco podemos olvidarnos de Vicente Escudero y de otros intérpretes españoles de la farruca, entre los que se cuenta la propia Antonia Mercé. La coreografía de Javier Latorre dialoga, en igualdad de condiciones, con toda esta tradición hispana de la farruca del molinero. Incluyendo la del propio Massine, por supuesto. De hecho, de una de las anotaciones manuscritas de Falla en la partitura original podemos deducir que la rítmica actual de la farruca flamenca se debe a Félix Fernández, como señaló en su momento José Manuel Gamboa.

Hay que tener en cuenta, al margen de la innegable sinceridad que trasmite el texto de Sokolova, que ella misma se había visto postergada desde el papel de la molinera, debido a la inopinada llegada de Karsavina a Londres en abril de 1919. Eso, sin duda, hizo que empatizara con la figura de Félix, otro relegado. Quizá Massine no hubiese bailado el papel del molinero de no haber llegado Karsavina a Londres: Massine relata en sus memorias la emoción profunda que le produjo la posibilidad de compartir protagonismo en el Teatro Alhambra con una gran diva de los Ballets Russes y con lo que representaba Karsavina.

Pero Karsavina no sabía nada de flamenco ni de baile español, en tanto que Sokolova llevaba dos años estudiando el baile y la cultura española con Félix, según cuenta la propia Sokolova en Dancing for Diaguilev. La impresión que le produjo a Karsavina los bailes y cantos de Félix, según recoge en sus memorias, oscila entre el exotismo y la estupefacción.

Otras libertades poéticas que se concede la obra, perfectamente admisibles ya que no se trata de una investigación sino de una obra artística, es precisamente uno de los números más bellos de la misma: esa contraposición que presenta entre la danza clásica y la flamenca.


Lo que bailaban los Ballet Russes en 1919 era muy distinto de lo que hoy llamamos ballet clásico. También lo que bailaba Félix era muy distinto de lo que hoy llamamos flamenco. De hecho, estos dos lenguajes estaban más próximos entre sí hace 100 años de lo que lo están ahora. Pero, como digo, este es uno de los números de El loco en los que Latorre saca lo mejor de sí como coreógrafo. Porque, como en las mejores coreografías de Latorre, todo el espectáculo es de una claridad, de una limpieza absoluta, facilitando de esta manera el trabajo al espectador que solamente tiene que sentarse a disfrutar de los cuerpos y los movimientos. Y ¿qué decir del esbelto Rubén Olmo incorporando al orondo Diaguilev? Pero, como digo, estas cosas de la verosimilitud no importan a nadie. Lo que importa es que la obra funciona, y cómo.

Imágenes: Mercedes Burgos, María Alperi/BNE.

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