La primera película de Carlos Saura (Huesca, 4 de enero de 1932- Madrid, 10 de febrero de 2023), un corto de 1955, se titulaba Flamenco. Era un ensayo audiovisual sobre un cuadro, homónimo, de su hermano Antonio. Como fotógrafo que no dejó de ser jamás, se sintió atraído desde muy joven por la plástica jonda, no solo del baile, también del cante. En Los golfos (1959) ya suena una petenera en la voz de Rafael Romero y obras como Llanto por un bandido (1963), La prima Angélica (1974), Cría cuervos (1976), Los ojos vendados (1978) y Mama cumple cien años (1979) incluyen referencias, a veces amplias, al flamenco y la copla. En Deprisa, deprisa (1980) la banda sonora al completo corre a cargo de los Chunguitos. Uno de los números del filme fue reinterpretado hace unos años, exitosamente, por Rosalía, precisamente en la ceremonia de entrega de los Premios Goya. El realizador aragonés ha muerto un día antes de recibir el Goya de honor que recogerán mañana sábado 11 de febrero, presumiblemente, sus deudos.
Pero va a ser su trabajo con Antonio Gades, iniciado justo un año después de Deprisa, deprisa, el que le va a llevar al Olimpo de lo jondo. Bodas de sangre (1981) es tan respetuosa con la puesta en escena original que alguno puede pensar que es una mera filmación de la obra de 1974. Por el contrario, en este film la cámara es una parte indispensable de la coreografía, con pasajes tan sugerentes como el paso a dos, el pasodoble o la lucha final a navajazos. Por no hablar de la metaficción que supone filmar, supuestamente, un ensayo. Es sin duda la obra maestra de Gades y la obra maestra del Saura flamenco. La colaboración continuaría con otro ensayo fílmico, Carmen (1983) convertido después en una propuesta teatral. Y se resolvería con El amor brujo (1986) filmado, totalmente en el estudio, en un barrio marginal de fantasía.
Los límites entre el documental y la ficción también se cuestionan en la trilogía compuesta por Sevillanas (1992), Flamenco (1995) y Flamenco, flamenco (2010). De la primera podemos decir que fue la última intervención cinematográfica de dos mitos del siglo XX: Lola Flores y Camarón. Y, en ambos casos, sin duda sus obras cumbres delante de las cámaras. El puro hueso de lo jondo en las manos y la bata de cola de Lola Flores bailando unas sevillanas rocieras a pito y tambor. Y Camarón convirtiendo las seguidillas de Sevilla en puro dolor, carne viva, pura rabia, puro desconsuelo. Ya las quisieran para sí muchos seguiriyeros. Saura sabía sacar lo mejor de cada artista en cada interpretación, como comprobamos en Flamenco, otra obra cumbre. Inefable el primer plano de La Paquera en su salida buleaera. La cálida sensualidad criolla de Merche Esmeralda. El ritmo categórico de Diego Carrasco. La queja telúrica de Agujetas, con el sobrecogedor silencio final. La serena visceralidad de Toronjo. La intervención de Fernanda de Utrera, en el que es, acaso, el momento de más emoción de la película: en un plano fijo, notarial, desmenuza esa soleá suya tan necesaria, la más importante del siglo pasado, desnuda de artificio y de recursos técnicos, casi sin voz, en el puro esqueleto del cante: una verdad esencial.
Otros filmes íntimamente relacionados con esta trilogía jonda son Salomé (2002) y, especialmente, Iberia (2005). Aquí reaparece la magia encarnada en Enrique Morente que parece que interpreta a Albéniz pero que en realidad esta reinventando la soleá, como hizo con la seguiriya en Flamenco.
Algunas de estas obras, como Salomé, se llevaron a las tablas. También dirigió para la escena a otros flamencos en Flamenco hoy (2014). En 2004 publicó el libro de fotografías Flamenco y en 2006 diseño el cartel de la Bienal de Flamenco de Sevilla. En 2005 recibió el homenaje del Festival de las Minas cuyo cartel diseñó para la última edición del certamen.
No deja de ser sorprendente que, justo cuando el flamenco se erigió en protagonista de su obra, la crítica patria le negara el beneplácito que hasta entonces le había concedido. Cuando se lo comenté me dijo que “España es un país muy duro, para la cultura, muy difícil”. El hecho contrastó con la enorme difusión internacional de la que gozaron estos títulos.
En lo personal, conservo como un tesoro la memoria de una velada familiar deliciosa que compartimos en La Unión. En el trascurso de la cena, el cineasta nos contó sabrosas anécdotas de sus rodajes. Pero lo que más recuerdo son sus silencios. Nos escuchaba, él, que tenía tanto que decir, con un enorme respeto y en el trascurso de la charla hizo una confesión sorprendente: “me encanta el flamenco, pero yo no soy flamenco”. Ahí fui yo el que guardó silencio. Nadie que no fuera flamenco habría podido filmar Bodas de sangre o Flamenco.
Imágenes: Lola Flores en ‘Sevillanas’ (1992), ‘Iberia’ (2005), Camarón en ‘Sevillanas’ (1992) y Antonio Gades en ‘Bodas de Sangre’ (1981).