Hoy celebramos los primeros 75 años de vida de Paco de Lucía, nacido el 21 de diciembre de 1947.
Paco de Lucía vive. Vivirá mientras que exista el flamenco. Cada día vive en la palabra de los flamencos, en ese aficionado que desempolva un viejo vinilo o un cd, el que busca su nombre en Spotify. Acabo de buscar su nombre en Google y arroja 4.510.000 resultados, 8.560.000 si lo escribo sin tilde. Quizá no lo volvamos a ver de cuerpo presente en nuestro planeta, pero eso no quiere decir que esté muerto.
Vive y reina. Su cetro, por desgracia, permanece sin dueño. Y su revolución es imperecedera. Vivirá mientras viva el flamenco. La guitarra de los años 40 y 50 del siglo XX era aún más vetusta que la del siglo XIX. Casi todo en los años 40 y 50 era más ruinoso que en cualquier otra época de nuestra historia pues se trata de la etapa más lamentable de nuestra vida en común. En el siglo XIX encontramos a Paco el de Lucena dando conciertos de guitarra solista, no sólo en los cafés y teatros de España, también en París o La Habana. Y a Miguel Borrull, Joaquín el hijo del Ciego, Rafael Marín o Amalio Cuenca. Pero la guitarra solista en los años 40 o 50 del siglo XX era algo totalmente inexistente. Por eso Paco de Lucía quedó deslumbrado cuando, como parte de la compañía de José Greco, viajo a Nueva York y escuchó la música de Sabicas. Sabicas era una isla en el continente americano que había huido de España al comienzo de la guerra civil. Huyendo de la quema. Para el joven Francisco Sánchez, Dios era el Niño Ricardo. Y, de repente, al otro lado del charco, se dio de bruces con un guitarra vertiginosa, pulcra, original y navarra. Sabicas, algo celoso del Niño Ricardo, ya que el de Pamplona era un completo desconocido en España, le dijo que “eso está muy bien hijico, tocas muy bien, pero un guitarrista debe tocar sus propias cosas, su propia música”. Y es que el adolescente somnoliento que le fue presentado en un hotel de la Gran Manzana había tocado un par de falsetas de Manuel Serrapí, el maestro sevillano.
Y Paco se puso a hacer su propia música y ya no paró, hasta que su corazón se detuvo en la Playa del Carmen. Paco de Lucía descubrió a los españoles, aficionados y no tanto, un tesoro que desconocían: la existencia de la guitarra flamenca solista. Llegó a las listas de éxitos y a los corazones de todos los españoles. Hasta el último recital en el que lo vi tocó Entre dos aguas, pese a que renegara en alguna entrevista del éxito de esta rumba que, en su opinión, ensombrecía composiciones más complejas y relevantes. Yo no estoy de acuerdo. Más bien creo que aquella rumba de la que a veces renegara descubrió a muchos sus toques por soleá, por taranta, por seguiriyas, por rondeña. Es más, descubrió a muchos la música española, el flamenco. La música de Francisco Sánchez es toda luminosa y no creo que tenga composiciones grandes y pequeñas sino algunas más complejas y otras no tanto. Pero en su arte hay algo para todos. Y por eso llegó a todos. Dentro y fuera de España. Fuera conquistó a John MacLaughlin y a Al Dimeola. Es decir, a todos los aficionados a la guitarra del mundo mundial. Y claro que no fue profeta en su tierra, ¿quién lo es? Él mismo nos dijo, en las entrevistas, en la biografía que le escribió Juan José Téllez, que, como solista, la primera vez que se subió a un escenario, fue en Estados Unidos. Que ya había pisado muchos escenarios de similares características cuando la prensa española armó no poco revuelo por el hecho de que un flamenco tocara en el Teatro Real. Ese es nuestro país, señor De Lucía. Para entenderlo, confesó que se leyó, uno detrás de otro, los 46 tomos de los Episodios nacionales de Galdós. Como dijo el poeta “España y yo somos así, señora”. ¿Entendió Galdós a España? ¿Entendió Paco a España? No entendió como en su tierra, en su casa, su nombre aparecía en caracteres más pequeños que un divo del pop o de la ópera. ¿Entendió las reacciones que desde los ámbitos académicos suscitó su visión del Concierto de Aranjuez? ¿Entendió que la última vez que tocó en la Bienal de Sevilla varias cabeceras, grandes y pequeñas, titularan la crónica de su concierto como “El ocaso de un Dios”, “El fin de un genio” y cosas aún menos benévolas? Menudo ocaso, ya quisiera yo. Porque Paco de Lucía se fue en la plenitud de sus facultades, y con una lucidez asombrosa. Y si lo echamos de menos tanto no es sólo, aunque sí principalmente, por la belleza de su música, por la lección de libertad continua que era el ejercicio de su arte, sino también por la lucidez con la que encaraba la cerrazón y la idiotez de algunos sectores del flamenco, de la cultura oficial y de la sociedad española. Pero fueron eso, cuatro chalados. En su tierra fue elegido hijo predilecto (Algeciras, 1998), y en 2004 se le concedió el Premio Príncipe de Asturias de las artes, además de ser reconocido con sendos doctorados Honoris Causa, por la Universidad de Cádiz (2009) y por el Berklee College of Music (2010). Porque la mayoría de la gente que tenía oídos lo amaba, como no podía ser de otra manera, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. Él nos volvió a enseñar que las fronteras, políticas o musicales, no existen. Que todos somos terráqueos. Que todo es música.
Imagen: Paco de Lucía interpretando ‘Cositas buenas’ en la cueva de Nerja, 2004. Sergio Camacho/Grupo Joly. Fuente: Diario de Sevilla.