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HISTORIA DEL FLAMENCO EN ALMERÍA | CRÍTICA

De tarantos y tarantas

Bajo el título ‘Historia del flamenco en Almería’ Antonio Sevillano Miralles reúne algunos de sus trabajos de los últimos 30 años

Bajo el título común de Historia del flamenco en Almería se agrupan en esta edición dos obras firmadas por Antonio Sevillano Miralles y publicadas en fechas muy alejadas la una de la otra. La primera de ellas, titulada Almería por tarantas. Cafés cantantes y artistas de la tierra se editó por vez primera en 1996 y ésta reedición es en la práctica una reimpresión. El segundo de los libros, dividido a su vez en dos volúmenes, es una novedad y se titula Almería flamenca. Flamenco en el siglo XX (1927-1996), año este último en el que concluye la investigación.

Almería por tarantas se retrotrae al siglo XIX a través de la prensa local centrándose, en un primer momento, en los estilos locales, concretamente el fandango de Almería que, pasado el tiempo, en opinión del autor, daría lugar a las tarantas. Se trata de un fandango bailable, como tantos que hubo en ese momento en toda Andalucía, y en alguna ocasión la prensa lo elogia como el auténtico «baile andaluz» en contraposición al «baile flamenco, que no es sino una serie de movimientos y contorsiones, más o menos repugnantes». La noticia citada es de 1891 y se hace eco del antiflamenquismo que por entonces ya campaba por sus respetos en la capital de España. No se trata, no obstante, de la primera vez que aparece en la prensa almeriense la palabra flamenco, referida a cantes y a bailes, ya que encontramos ejemplos de este uso en la década anterior. Con anterioridad a dicha década, encontramos las denominaciones de «bailes nacionales», «aires nacionales» y «bailes andaluces», igual que en Sevilla o Madrid. De hecho, ambas denominaciones, «aires andaluces» o «españoles» y «aires flamencos», convivirán hasta bien entrado el siglo XX. Así, en 1913, Juan Breva se presenta en La Información como «notable cantador de aires nacionales». Otros estilos que se cantan en Almería en los años finales del siglo XIX son las malagueñas y las «perteneras», algunas acompañadas, acaso, por la guitarra más egregia de la época, Julián Arcas. Son estilos que se cantan y se bailan en las fiestas populares, ferias, romerías y otro tipo de celebraciones. La primera referencia a estos bailes, que con el paso del tiempo empezarían a llamarse flamencos, la encuentra Sevillano en una información de 1860 referida a una academia de baile de Almería, en concreto la regida por Francisco Fernández Fernández que ofrece clases de bolero, sevillanas, manchegas y fandangos, entre otros. En este sentido, vemos que el ambiente de bailes y cantos que con el tiempo darían lugar a los llamados estilos flamencos, no es diferente del que encontramos en las mismas fechas en Madrid o Sevilla: academias de bailes y bailes populares. De hecho, Fernández será con el tiempo «coreógrafo y director» de un café cantante. Es decir, algo parecido a lo que pasaría en Sevilla con Miguel de la Barrera o Silverio Franconetti que trasformarían sus academias en los primeros cafés cantantes del flamenco. Un dato muy importante que aportó Antonio Sevillano Miralles en esta obra es el origen de la palabra taranto que, siguiendo a Carmen de Burgos, en un texto de 1908, define como «los mineros de las provincias de Almería y Granada» que emigraron a Linares. La primera ocasión en la que aparece esta palabra, y con este significado, la encuentra Sevillano en 1895 en el periódico La Crónica Meridional.

 

Portada de la obra.

Aunque Sevillano señala en alguna ocasión que los cantes por tarantas son una evolución de los fandangos locales, no da pruebas definitivas al respecto y, al cabo, queda sin resolver el tema de dónde nacen los cantes por tarantas y quién o quiénes son sus creadores. Acaso el misterio, como el de la granaína, resida en el trabajo que Chacón llevó a cabo sobre los fandangos locales, aunque Sevillano es de la opinión que Chacón no llegó a cantar, como profesional al menos, en Almería.

Respecto a los cafés cantantes de Almería, que Sevillano estima en más de una veintena, su evolución también sigue las modas que en dichos establecimiento se dieron en otras geografías. Si al principio son habituales los bailes boleros, aires nacionales, etc., con el comienzo del siglo XX se van a imponer las variedades. Por allí pasan La Cuenca, El Rojo el Alpargatero, Paco el de Lucena, La Coquinera, Juan Breva, Carito, La Salerito, Niña de los Peines, Niño Medina, Juan Gandulla Habichuela, Dora la Gitana, Amalia Molina, El Canario Chico, El Mochuelo, Antonia Mercé, La Tanguerita, Emilia Benito y por supuesto artistas locales como Julián Arcas, El Marmolista o el maestro Fernández, anteriormente mencionado. No así, según Sevillano, Antonio Chacón, del que, pese a lo dicho en contra en las biografías del cantaor, Sevillano no ha hallado constancia en la prensa de la época de su estancia, al menos en una representación pública, en tierras almerienses. Y los estilos que hoy llamamos flamencos convivirán en los Cafés Cantantes con otros que hoy llamamos boleros, cuplés, murgas, dramas, bailes franceses, ingleses, trasforminstas, etc. Incluso nos encontramos, en el Café España, un pianista llamado Ruiz del Moral que toca malagueñas a los teclados.

En 1923 encontramos en la plaza de toros de Almería al célebre Maestro Otero «de gran popularidad en el arte flamenco» al frente de un «cuadro del cante jondo» por el dirigido. Señala Sevillano que la utilización de la nomenclatura «cante jondo» es una moda que impuso el concurso de Granada de 1922. A partir de 1927 Antonio Sevillano Miralles dedica, en su análisis, un capítulo completo por año, empezando por este que es, en su opinión, el del desembarco del concepto de Ópera Flamenca en la capital almeriense. Y así, en años sucesivos, pasan por los distintos escenarios almerienses el Niño de Marchena, Angelillo, Adela López, Pilar Calvo, Niña de Linares, El Negro Aquilino, Sabicas, La Argentinita, Pilar López «sugestiva estrella del baile y la canción» en 1933, que repetiría, ya con su ballet, en 1955, Pastora Imperio, Lolita Astolfi, Vallejo, Pinto, Valderrama y, en fin, todos los grandes de la Ópera Flamenca. Sevillano se detiene en la personalidad de Manolo Manzanilla que, sin ser almeriense, abrió un tablao en Almería después de pasar como cantaor, y grabar, por las compañías de Rosario y Antonio y Pilar López. En los años sucesivos asistimos al nacimiento de las Peñas El Taranto, Los Tempranos, El Yunque, La Torre, El Morato, El Ciego la Playa, El Arriero, etc., al triunfo de Sorroche en el Concurso de Córdoba de 1968, lo que le llevó a realizar sus primeros registros, con las guitarras de Juan Habichuela y Melchor de Marchena, al debut de Tomatito con solo 14 años, acompañando precisamente a José Sorroche en la Peña El Taranto, o al triunfo del Niño Josele en la Bienal de Sevilla de 1996, el año con el que se cierra la obra.

 

La ficha

‘Historia del flamenco en Almería’ Antonio Sevillano Miralles, Diputación de Almería, 3 vol. 271, 350 y 304 pp.

 

Imagen: JAVIER ALONSO

 

 

 

 

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