¡Conozca la 'Historia del Flamenco'!

Prensa

RETRATO FLAMENCO DE UN TIEMPO | CRÍTICA

 

Dos raros

La Universidad de Cádiz publica un libro con fotografías flamencas de los años 80, con textos de Fermín Lobatón, protagonizadas por los grances cantaores jerezanos de esa época

Aunque la publicación se titula Retrato flamenco de un tiempo debiera llamarse Retrato de un tiempo flamenco. Algunos de los representantes de esa generación aurea de lo jondo jerezano que eclosionó en los 60 estaban en activo y en un impresionante estado de forma: Manuel Sordera, La Paquera, El Chocolate, Romerito, Agujetas y Terremoto de Jerez, que se iría, se nos adelantaría, como diría el clásico, en septiembre de 1981. De ellos solo nos queda Romerito que participó como bailaor en la grabación que llevó a cabo Alan Lomax en la Fiesta de la Vendimia de 1952, un caso excepcional de longevidad artística y vital. Terremoto de Jerez, por su parte, aparece aquí gloriosamente retratado en los Jueves Flamencos. Su hijo Fernando, que también se nos adelantó, aparece asimismo en esta obra, aunque se inició como cantaor a principios de los noventa. Otros miembros de la familia Terremoto que comparecen en este libro son: María Soleá, Luisa Terremoto y El Cabero. Y hablando de familias, Manuel Sordera se nos presenta junto a su hijo Vicente o su sobrino José Mercé. Y es que, en Jerez, el flamenco es cosa de familia: los Agujetas, los Moneo, los Vargas, los Carpio …. Manuel Agujetas viene escoltado por sus hijos Antonio y Dolores, ambos gozosamente en activo. De Moneo: Luis de Pacote, Manuel y El Torta, El Barullo y Luis ejerciendo como guitarrista. Y Macarena. También los Parrilla. Y los Zambo. Y Tío Juane y su familia. Los Rubichi.

 

Portada del libro.

Y los Morao: del patriarca Manuel, que ya era profesional en los años 40, hasta Diego del Morao (nacido en 1978) pasando, naturalmente, por Juan Morao y su hijo Moraíto: es un milagro que esta misma familia de guitarristas haya alumbrado a tres genios en tres generaciones.

Y las tías: Anica la Periñaca y Tía Juana la del Pipa, que protagonizan una imagen impagable de la primera cantándole al baile de la segunda. Hablando de baile: ¿qué fue de Manuela Núñez, una de las mejores bailaoras de su generación? Son esas cosas incomprensibles que a veces pasan en Jerez. En este libro podemos ver una instantánea de su baile descalzo por seguiriyas. En Jerez hay un curioso fenómeno de intérpretes flamencos que son estrellas absolutas en el ámbito, limitado, de su ciudad natal. Pero allí son infinitos, aunque sean unos relativos desconocidos más allá de sus fronteras. Son artistas como El Mono. O cantaores como El Capullo, en su primera época: luego conquistaría el mundo con sus letras impagables. Artistas genuinos, inclasificables y geniales, en su solipsismo, como Luis de la Pica, cantaor increíble, inopinado bailaor y letrista y compositor genial. Luis de la Pica (1951-1999) es un ejemplo curioso de un artista que, sin llegar a registrar disco alguno a su nombre, ha sido objeto de apasionadas biografías, como la que escribió nuestro añorado compañero Alfredo Grimaldos, y de veneración por parte de las siguientes generaciones. El cante del de la Pica es tan extraño como sus letras, como su baile. Una voz potente y ensimismada. Un eco bronco, natural, sin impostaciones. Y al mismo tiempo doliente, meloso, íntimo. Era uno de esos festeros bohemios, artistas del instante, que tanto abundan en el Jerez flamenco, y de donde surgieron figuras como las del Capullo. Quiero decir que El Capullo o El Pica, siendo únicos, no son una excepción en una tierra donde se vive para el arte, donde se ofrece todo, la vida, por una copa de fino, por una noche sin fin. Por una esperanza perdida. Un extraño cantaor cuya figura, por su bohemia y su radicalidad, parecía condenada al olvido. Pero no en Jerez de la Frontera. Encontramos también, naturalmente, a Fernando de la Morena, del que ahora nos acordamos en el aniversario de su muerte. También se adelantó. También fue, de una manera excepcional, un artista genial. O El Salmonete, uno de esos tesoros escondidos que encontramos en Jerez.

Muchos de ellos eran, como digo, un tipo de artistas únicos, geniales, raros, capaces de lo mejor y, por desgracia, para ellos mismos, también de lo peor, que hizo que muchos se malograran e ingresaran en la galería de raros geniales o de mitos intangibles. Artistas como El Torta o Luis el de la Pica solo podrían haber nacido y madurado como intérpretes en Jerez de la Frontera. De la generación anterior tenemos abundantes testimonios discográficos, no así del Torta o de Luis el de la Pica. Juan Moneo Lara (1953-2013), El Torta para el flamenco, lo tenía todo para haberse convertido en una gran estrella de lo jondo. Y lo fue, de una manera. El flamenco, arte romántico al cabo, se alimenta también del malditismo. Juan Moneo tenía los mimbres de los mejores: un compás prodigioso, un timbre denso, pleno de colores mates, y visceralidad en la expresión. Entrega. Un concepto personal del arte jondo, enraizado en la tradición de su tierra. Y, sobre todo, un poderoso, irresistible, carisma escénico. El Torta era un héroe. En Jerez. En toda la geografía jonda. Un héroe oscuro. Juan Moneo introducía en su arte, además de sus placeres, sus dolores. Sus letras glosaban con toda naturalidad sus alegrías, sus adicciones, sus contradicciones. Un héroe herido. Un Baudelaire o Lou Reed flamenco con el que todos nos identificamos porque, ¿quién no guarda un niño herido en su corazón?

Una vida de entrega flamenca. El Torta puso el cuerpo, el alma, en su arte. Un paisaje desolado, en los últimos tiempos. Su vida era su cante y en su cante estaba todo: el placer del compás dionisiaco, el dolor de la existencia. En los últimos años sus recitales fueron cada vez más oscuros, indescifrables, dolorosos. Pero tuvo momentos de lucidez tan extraordinarios que nostálgicos y nuevas generaciones de aficionados lo evocaremos juntos al verlo en los primeros compases de Flamenco (1995), la obra maestra de Carlos Saura. O en Colores morenos (1994), sin duda su mejor y más emotivo disco, de los cuatro que llegó a grabar como protagonista. Registrado junto a su inseparable Moraíto, luz y guía, fallecido también tempranamente. Luis el de la Pica, Moraíto, El Torta … todos se fueron antes de lo que esperábamos. Representan lo mejor de una generación de intérpretes jerezanos tan genial como dolorida. Y, lamentablemente, diezmada.

El Torta tiene una calle a su nombre en su ciudad. Luis el de la Pica, una rotonda y la peña flamenca más singular, simpática y divertida de Jerez. Creo que en ningún otro lugar del planeta estos dos raros tendrían semejantes reconocimientos. En ningún otro lugar, en ningún otro arte, hubiesen sido las figuras que llegaron a ser, y todavía son.

 

La ficha

‘Retrato flamenco de un tiempo. Jerez en torno a 1980. Entre la bohemia y el escenario’. Fermín Lobatón, Gutiérrez y Tamayo, Universidad de Cáidiz, 131 pp.

Imagen: Luis de la Pica en una imagen contenida en este libro. GUTIÉRREZ Y TAMAYO

Related Posts