Murió en Nueva York hace 60 años y huyó, hace 100, del terror bolchevique y algunos creen que se trata de un personaje de ficción. Nos referimos a Juan Martínez (Burgos 1896-Nueva York, 1961). Conocemos la peripecia de este bailaor principalmente por el libro El maestro Juan Martínez que estaba allí (1934) de Manuel Chaves Nogales que se publicó originalmente como folletín en la revista madrileña Estampa. Algunos consideran esta una obra de ficción pero lo cierto es que su primera publicación en Estampa estaba acompañada de fotografías de nuestro bailaor, con lo que los editores certificaban ante los lectores que se trataba de un personaje real. De hecho, semanas antes de publicar el folletín sobre Juan Martínez, Chaves Nogales había publicado Los flamencos de París en la misma revista, que incluía tres fotos y varios párrafos dedicados a Martínez, de manera que este bailaor era ya familiar a los lectores de Estampa.
No obstante, no es imposible que algunas de las peripecias que recoge el libro pueden tener otra procedencia que la del cuento del propio Martínez, ya que resulta increíble que Martínez conociera tanta violencia y miseria. La primera guerra mundial, la revolución rusa, la guerra civil, la guerra ruso-polaca. Martínez encontraba trabajo en un cabaret al poco de llegar a una ciudad. Cuando no era posible, hizo de crupier, artista de circo, guardia rojo, traficante de sal, de joyas, vendedor de zapatillas, de comida, guardavías … y mil oficios más, con una habilidad y voluntad de salir siempre adelante sorprendentes.
En todos los cabarets admiten con naturalidad la presencia del baile flamenco. Se mencionan en el libro estos géneros flamencos: bolero, bulerías (también canta), zapateado, garrotín, farruca, es decir, los bailes de moda del momento, por lo que, en este aspecto, el libro es estrictamente realista. Otra curiosidad del libro es que, aunque Martínez toca la guitarra y la lleva siempre consigo (en algún momento dice «¿qué hace un flamenco sin guitarra?»), el acompañamiento de sus bailes son sus «músicas», que identifico como partituras, que tocaban, allí donde llegaba, los músicos locales. De hecho su primer contrato en Constantinopla era para 2bailar flamenco, solo, sin música». En una ocasión refiere Martínez que perdió sus músicas y entonces tuvo que dictarlas de memoria a un compositor ruso de manera que, a pesar de que no salieron exactamente como las originales, este flamenco «pasado por Moscú» fue del gusto del público. El uso de las castañuelas le libró de la cárcel o algo peor ya que pudo demostrar que era un «trabajador manual» y no un «cochino burgués», gracias a los cayos de las manos. El traje de corto fue el último traje de artista que mantuvo hasta el final de su aventura.
El investigador José Gelardo identifica el Zerep de El maestro Juan Martínez que estaba allí con Antonio Grau, ya que la Mignon, las Andaluzas y Armando, que aparecen en el libro, fueron compañeros de Grau. Y hay constancia, por otras fuentes, de la presencia de Grau en estos lugares y estas fechas. También con estos artistas. El nombre de Mignon era el que usaba Grau en su faceta de transformista en París y los Mignon es el grupo que formó en esa ciudad con su compañera, una bailaora de flamenco. De hecho, todavía en los años 20 Grau va a firmar algunas de sus composiciones como Mignon.
Aunque no lo subraya Gelardo, en el repertorio de Martínez había «un baile por el estilo [de la farruca y el garrotín] que se llamaba Moras, moritas, moras». Es posible que se refiere a una canción a ritmo de tangos llamada Fátima que grabó Grau en París en 1907 con la guitarra de Enrique del Negrete y cuya letra dice «compro y vendo a las moras del cautiverio». Afirma Gelardo que la canción era del repertorio de Amalia Molina y que de ahí lo tomó Grau. Y era uno de los números que ofrecía Grau en sus espectáculos de transformismo, vestido de buhonera mora, razón por la que le apodaban «el niño moro». Esto subraya el vínculo entre Martínez y Grau. Gelardo, en su biografía del cantaor Antonio Grau, se pregunta las razones que llevaron a Martínez-Chaves Nogales a ocultar el verdadero apellido de Grau en esta obra. La razón se me antoja clara: en el libro se sitúa a Zerep, como al resto de los personajes que aparecen en él, en condiciones extremas, como las de las hambrunas de Odesa de 1921. En el momento en el que se publicó el libro, Grau residía en Madrid como respetable maestro de francés en un colegio, casado, así que es comprensible que los autores no quisieran mezclar su nombre con estas circunstancias complicadas evocadas en el libro. Pero la presencia del nombre Mignon en el libro es una pista más que suficiente respecto a la identidad de aquel Antonio Zerep. Martínez se despide, emocionado, de Zerep en el puerto de Odesa, en 1921, cuando logra escapar al fin de Rusia con un pasaporte italiano falso. Grau, por su parte, también logró, finalmente, huir de Rusia y llegar a China y La India y de allí pasar a América.
Dice Martínez, al final del libro que «en España hay poco ambiente para los artistas» y esa fue la razón de que se marchara de nuevo de España. Chaves lo conoció de maestro de baile flamenco en París y, según José Manuel Gamboa, del que procede el resto de información que les ofrecemos de este bailaor, formó un Ballet Español, antes, incluso, que Antonia Mercé. El Ballet Español de Juan Martínez se formaría en 1929, según la necrológica del bailaor que publicó el New York Times en 1961. Pero no sé hasta qué punto es fiable esta fuente. La información provendría, seguramente, de sus alumnos y deudos. En todo caso, la compañía de La Argentina ya ostentaba el nombre de Ballets Epagnols en 1927. Martínez estuvo en las compañías de La Argentina y La Argentinita. En 1929 presentó La ilustre fregona junto a Laura Santelmo en el Teatro de la Ópera de París. En 1933 participó como coreógrafo en la película Adieu les beaux jours y luego se marchó a Estados Unidos como maestro y como director del Ballet Español de Juan Martínez que funcionó en Estados Unidos entre 1935 y 1937. Más tarde, daría recitales a dúo con Antoñita, uno de los miembros del ballet. Al final de su vida volvió a los escenarios como guitarrista, faceta en la que llegó a grabar algunos discos acompañando al cante de artistas como el mismísimo Jacinto Almadén y a intervenir en distintos espectáculos. Murió en la ciudad de los rascacielos el 27 de noviembre de 1961, unos días más tarde del homenaje que había recibido en el Manhattan Center.
Imagen: Juan Martínez y Antoñita en 1937, imagen recuperada por Alberto Rodríguez Peñafuerte.